Hace mucho tiempo, hace tanto ya, que voy a intentar hacer un importante ejercicio de memoria, esa que siempre tuve y que con el paso del tiempo se va diluyendo entre tantos recuerdos.
En las clases de primero, segundo y creo que también en tercero de básica, en el colegio de los HH. Maristas de mi pueblo, los maestros (hermanos maristas) con la “chasca” en la mano, nos inducían a competir entre nosotros, (posiblemente parodiando a un concurso televisivo que por aquellas fechas hacía furor en TVE, en la única cadena que teníamos: Cesta y puntos.
Hacían dos filas, una a cada lado de la clase, e imponían un tema único del que preguntar, el cual nos teníamos que preparar para la competición.
Todavía me acuerdo...
Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deutoronomio, Josué, Jueces, y así sucesivamente.
Tampoco puedo olvidar; Francia-París, Albania-Tirana, URSS-Moscú; ríos y montañas de España y de Europa; tablas de multiplicar, de dividir; dónde y cómo se llamaban los huesos del cuerpo humano, tantas cosas...
Lo cierto y verdad, es que nos pasábamos muchas tardes aprendiéndonos de memoria todas estas cosas, e intentando no olvidarlas para la competición.
Recuerdo que se iban eliminando los que iban fallando y el último que quedara en pié (valga el símil) le daba el triunfo a su grupo.
Y así pasaban los días y los cursos, intentando aprender cosas.
Hay momentos, cuando por casualidad en alguna reunión de amigos, sale a colación alguno de estos temas y emito mi opinión, algunos y algunas me comentan:
¡Cuanta memoria!.
Y cuando veo a chavales en concursos de televisión que no saben ni cual es la capital de Argentina no tengo más remedio que hacerme eco de esta frase...
Lo que bien se aprende, tarde se olvida.
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