La otra tarde, estuve un rato sentado en un malecĂłn recibiendo en mi rostro esa bendiciĂłn del cielo que se llama sol (no me extraña que los antiguos lo adoraran, es fuente de vida, de calor, y de luz); mis piernas colgaban sin tocar el suelo. De repente, sin darme cuenta, como un "instinto bĂĄsico", empecĂ© a levantar las piernas y a rebotar los talones en la pared del muro en el que estaba sentado; me trasportĂ© a aquellos años, siendo un enano, en los que me sentaba en el balcĂłn de mi casa y descolgaba las piernas a travĂ©s de las rejas; balanceaba mi regordetes muslos, adelante y atrĂĄs hasta que consegĂa dar con el talĂłn en la parte de abajo del balcĂłn; las sandalias blancas de tiras de cuero se asomaban y se escondĂan alternativamente segĂșn para donde se dirigiera la mecida.
En un impulso sĂșbito, me levantĂ©, entrĂ© en casa, cogĂ el telĂ©fono, y ocurriĂł...
No saltĂł la lĂnea, un vacĂo acĂșstico se atisbaba a travĂ©s del auricular, hasta que se escuchĂł una voz:
No saltĂł la lĂnea, un vacĂo acĂșstico se atisbaba a travĂ©s del auricular, hasta que se escuchĂł una voz:
-¡Buenas tardes, ¿Con quĂ© nĂșmero le pongo?
- Con el ochocientos noventa y seis, respondà como un autómata; me quedé anonadado.
- Ahora mismo..espere un momento...
- ¿Diga?...
Era la voz de mi padre, (Ă©l siempre contestaba asĂ al telĂ©fono, nunca decĂa dĂgame) no sĂ© quĂ© es lo que habĂa pasado, ni supe que contestar, haciendo uso de esa capacidad que Dios me ha dado de reaccionar rĂĄpido en las situaciones difĂciles, le dije...
- Buenas tardes, le llamo del Ayuntamiento, estamos haciendo una encuesta a los padres jĂłvenes de SanlĂșcar de cĂłmo le gustarĂan que fueran sus hijos cuando sean mayores, ¿Usted me podrĂa atender?
Como siempre que alguien lo necesitaba, contestaba amablemente, incluso cambiando su voz natural, fuerte y ĂĄspera, a una voz suave y despaciosa para contestar...
- Hombre, pues me gustarĂa que mis hijos, lo primero, fueran honestos, fueran buenas personas, ayudaran al prĂłjimo, fueran trabajadores, honrados, que estudiaran una carrera (ya que yo no puede hacerlo), y que criaran a sus hijos con estos mismos conceptos que me inculcaron a mĂ mis padres. Ese quiero que sea mi legado.
Casi sin poder contestar, con las lĂĄgrimas inundando mis ojos, le respondĂ...
-Muchas gracias caballero por su amabilidad, tomaremos la debida nota.
Y colgué, y con la comunicación cortada le dije al teléfono...
-Se harĂĄ lo que se pueda padre.
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