No obligues a nadie a quererte, mejor oblígalo a irse. Quien insista en quedarse, es quien realmente te quiere. Siempre seremos para alguien, la persona correcta que conocieron en el momento equivocado.

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20 agosto 2018

CÓMO PAGAR MENOS.

Hay veces que entras en un restaurante, y cuando miras la carta del menú que hay detrás de la puerta, te das cuenta que la has cagado, si sigues adelante no podrás entrar hasta el año que viene y, y...
Pasas, por vergüenza, y ya, nada más aspirar el aroma del ambientador exquisito que perfuma delicadamente el ambiente, algo en el trasero te empieza a temblar, y esa es tu cartera.
- ¿Cuántos son señor?
- Somos dos.
- Pasen al salón por favor. ¿Qué van a tomar?
- Traiga dos cañas pequeñas.
En un momento, el camarero se presenta con las dos cervezas, un "cestito" con dos pequeños bollos de pan caliente (de ese nuevo de ahora, pre cocido) y un paquete de picos minúsculo; junto con un plato de postre con unas patatas aliñadas con cebolleta y pimiento verde el cual no habíamos pedido.
-Aquí tienen la carta.
-Gracias.
Empezamos a mirar la carta, los nombres de los platos, y lo que es peor, los precios; nada bajaba de veinticinco euros, sólo el aperitivo y el pan.
Por cada línea de la carta que leíamos me caía una gota de sudor de la frente, soy de bastante comer, y viendo los raquíticos platos de los comensales que tenía alrededor me temí lo peor, ¡Joder con la nueva cocina!
Entonces tomé una decisión drástica...
-Por favor...
-Sí, dígame, ¿qué van a comer?
Nos va a poner una ración de almejas en salsa marinera con aromas de erizo de mar, y unas albóndigas de mero con tomate del Pirineo, frito y marinado en apio; de momento, después pediremos algo más; ah y de beber, una botella de agua grande y muy fría por favor.
-Enseguida señor.
El hambre nos pudo y tuvimos que repetir tres veces más, pero solo el pan; rebañamos la salsa marinera y nos explayamos a gusto con el tomate de las albóndigas, que parecía que tenían oro molido en vez de mero, dado el precio que ostentaban.
-¿Algo de postre señor?
- No gracias, estamos a dieta.
Pensaría el camarero: ¡Sí a dieta, jodíos, pues para comer pan no lo estabais!
El pobre hombre no sabía que esa había sido mi estrategia particular, concienzudamente estudiada,  para pagar menos en ese restaurante de mucho lujo y boato, pedir cosas con salsa y repetir varias veces el pan; ir, fuimos, y comer también comimos.

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