Hay veces que entras en un restaurante, y cuando miras la carta del menĂș que hay detrĂĄs de la puerta, te das cuenta que la has cagado, si sigues adelante no podrĂĄs entrar hasta el año que viene y, y...
Pasas, por vergĂŒenza, y ya, nada mĂĄs aspirar el aroma del ambientador exquisito que perfuma delicadamente el ambiente, algo en el trasero te empieza a temblar, y esa es tu cartera.
- ¿CuĂĄntos son señor?
- Somos dos.
- Pasen al salĂłn por favor. ¿QuĂ© van a tomar?
- Traiga dos cañas pequeñas.
En un momento, el camarero se presenta con las dos cervezas, un "cestito" con dos pequeños bollos de pan caliente (de ese nuevo de ahora, pre cocido) y un paquete de picos minĂșsculo; junto con un plato de postre con unas patatas aliñadas con cebolleta y pimiento verde el cual no habĂamos pedido.
-AquĂ tienen la carta.
-Gracias.
Empezamos a mirar la carta, los nombres de los platos, y lo que es peor, los precios; nada bajaba de veinticinco euros, sĂłlo el aperitivo y el pan.
Por cada lĂnea de la carta que leĂamos me caĂa una gota de sudor de la frente, soy de bastante comer, y viendo los raquĂticos platos de los comensales que tenĂa alrededor me temĂ lo peor, ¡Joder con la nueva cocina!
Entonces tomé una decisión dråstica...
Entonces tomé una decisión dråstica...
-Por favor...
-SĂ, dĂgame, ¿quĂ© van a comer?
Nos va a poner una raciĂłn de almejas en salsa marinera con aromas de erizo de mar, y unas albĂłndigas de mero con tomate del Pirineo, frito y marinado en apio; de momento, despuĂ©s pediremos algo mĂĄs; ah y de beber, una botella de agua grande y muy frĂa por favor.
-Enseguida señor.
-SĂ, dĂgame, ¿quĂ© van a comer?
Nos va a poner una raciĂłn de almejas en salsa marinera con aromas de erizo de mar, y unas albĂłndigas de mero con tomate del Pirineo, frito y marinado en apio; de momento, despuĂ©s pediremos algo mĂĄs; ah y de beber, una botella de agua grande y muy frĂa por favor.
-Enseguida señor.
El hambre nos pudo y tuvimos que repetir tres veces mĂĄs, pero solo el pan; rebañamos la salsa marinera y nos explayamos a gusto con el tomate de las albĂłndigas, que parecĂa que tenĂan oro molido en vez de mero, dado el precio que ostentaban.
-¿Algo de postre señor?
- No gracias, estamos a dieta.
PensarĂa el camarero: ¡SĂ a dieta, jodĂos, pues para comer pan no lo estabais!
El pobre hombre no sabĂa que esa habĂa sido mi estrategia particular, concienzudamente estudiada, para pagar menos en ese restaurante de mucho lujo y boato, pedir cosas con salsa y repetir varias veces el pan; ir, fuimos, y comer tambiĂ©n comimos.
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