Eres muy, pero que muy malvada, todo el mundo me recomienda que me quede contigo, pero el sufrimiento que eso supone, muchas veces supera mi paciencia.
Se convierte en un verdadero sacrificio tenerte cerca; me produces una excitaciĂłn nerviosa fuera de lo comĂșn, muchas noches no me puedo dormir pensando en lo que me robas cada dĂa; me levanto por la mañana, mal descansado, y cuando te miro de frente y me dices las primeras frases del dĂa, ya me empieza a entrar la mala leche.
Lo que me dices, solo tiene sentido para Ă©l, o la que te lo dictĂł, eres tan repetitiva que me aburres, y me haces el dĂa, largo, demasiado largo.
Lo malo es que no puedo separarme de tĂ; mi sino es tenerte encima toda mi vida; no puedo hacer lo que me apetezca sino lo que me dictes; serĂĄ por mi forma de ser, o por mi cĂłdigo genĂ©tico, pero tengo claro que no te podrĂ© abandonar hasta que me muera.
Decido separarme de tĂ, pero solo puedo estar apartado poco tiempo, al final tengo que volver a recibirte en casa.
Cuando te recibo, vienes con la carpeta de las mismas frases de siempre:
De mañana...
- Café solo o infusión y media tostada con aceite.
De medio dĂa...
-Una o dos zanahorias..
A la hora del almuerzo...
-Pescado blanco a la plancha.
En la merienda...
-Una pieza de fruta picada.
Y por la noche, en la mesa para cenar...
-Revuelto de verdura a elegir.
Con estas conversaciones no se puede aguantar mucho tiempo una relaciĂłn, me desespera todos los dĂas lo mismo, te echo de casa, parto tus cartas y las tiro al cubo de la basura, intento olvidarme de tĂ; pero al cabo de unas semanas, o unos meses, me levanto un dĂa, me miro al espejo, y ya te estoy llamando a voces por toda la casa...
¡Necesito una dieta ya!
Y de nuevo empieza ese carrusel del que me es imposible bajar, porque...
¡Coño, me gusta comer y tomar una copa de vez en cuando!
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