Te costó trabajo, mucho trabajo y
dolor marcharte de nuestro lado.
Estuviste tantos años haciendo
las maletas, que cuando definitivamente dijiste adiós, ya teníamos asumida tu
marcha, y te dejamos marchar en paz.
Me faltaron tantas cosas, que
añoro muchas veces tu presencia, solo para charlar un rato contigo, para
asimilar tus consejos (siempre fuiste mayor que yo, naturalmente); el tiempo que perdimos,
ése que ya no se podrá recuperar nunca, ese tiempo….. lo echo tanto de menos……….
En estos años, que pasaron demasiado
rápido, tu semblante se difumina cada
vez más en mi memoria, menos mal que tengo la oportunidad de recurrir a las
fotos, benditos diarios en imágenes de nuestras vidas.
Tu rostro se desdibuja en mis
recuerdos, tus enseñanzas jamás. Fuiste tan recto que me consideré siempre, a tu lado, un
oblicuo; justo como la justicia, generoso como el pelícano, indemne con el paso
del tiempo a cualquier tipo de influencia pérfida; severo, a veces demasiado
(nadie es perfecto), amigo de tus amigos, vecino de tus vecinos, respetuoso y
respetado, dispuesto siempre para cualquiera.
Si como dice el nuevo Papa
Francisco, (que vaya tela, cada vez que habla), que el sudario no tiene
bolsillos, y que nadie ha visto un camión de mudanzas en un entierro; no te
pudiste llevar nada en tu viaje de vuelta a la vida, pero sí dejaste aquí, como
herencia indisoluble en el tiempo, tu recuerdo grabado para siempre, en un
rincón de mi alma.
Hoy mis buenas noches, son para
ti, padre; estés donde estés, indúcenos a tener buenos sueños, y a aprovechar el
tiempo con los nuestros, ese tiempo que nunca vuelve. Que descanséis.
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