En
la mitología grecorromana ella fue una gran tejedora que alardeó de ser más
habilidosa que su ama Atenea (Diosa de la guerra), equivalente a la Minerva romana,
diosa de la artesanía y la sabiduría.
Atenea-Minerva,
ofendida entró en competición con Aracne, pero según Ovidio, no pudo superarla;
y entonces Atenea-Minerva, al no poder doblegarla, la convirtió en araña, de ahí que a
estos animales se les llame arácnidos.
En
la vida real, muy distantes de las columnas dóricas del Olimpo, por aquí abajo, hay muchos y muchas aracnes, Ateneas, y Minervas.
Por
estos lares hay muchos aprendices que se creen superiores a sus maestros y que
dedican el día a rectificar las enseñanzas diarias que les dan; muchos hijos e
hijas que se imaginan superiores a sus progenitores, más inteligentes, más
listos, con más sabiduría y se autoproclaman superiores.
Por
el contrario, hay jefes que jamás valoran las capacidades de sus subordinados,
que les hacen la vida imposible porque saben que sus empleados son superiores a
ellos, porque trabajan más; hay padres que no dejan a sus hijos desarrollar sus habilidades y sus
inquietudes.
Tanto
los unos como las otras, los empleados y los jefes, los padres y los hijos, los
gobernantes con los gobernados, si no saben reconocer los valores de unos y de
otros, jamás podrán crecer ni por un lado ni por otro.
Siempre
hay que llevar la humildad por bandera, aprender del que más sabe, tanto por
arriba como por abajo, dar su sitio a todos, y respetar a quien te saca diariamente las
castañas del fuego.
Lo
que no se puede hacer es, que cuando alguien que está a tu lado, sea más
inteligente, más listo, más decidido, más valiente, más despierto que tú es
convertirlo o convertirla en araña, y pegarle un pisotón para quitártela de en
medio.
Eso
sí, si la o lo pisas, procura que jamás pueda levantar la cabeza, porque si no…
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