Los cuerpos...
¡Ay los cuerpos!
Esos trozos de carne con pelos, que algunos no tenemos ya , ojos, orejas, brazos y piernas; esa masa bioquímica que compone un organismo y que desde el mismo día que nace empieza a deteriorarse.
¡Ay los cuerpos!
Esos en los que nos fijamos nada más conocer a alguien y que, para bien o para mal, configuran nuestra opinión sobre el o la que tenemos enfrente, y condicionan la relación.
Después puede venir lo que venga, pero esa locura, sobre todo en la juventud, depende muy mucho del físico, y de la "química" como dicen otros y unas.
Eso tiene su explicación en la parte animal que portamos en nuestros genes, esa parte ancestral que lo que realmente busca es la procreación, y por ende, el galanteo, el galleo, el coqueteo, todo va a parar al mismo saco.
Pero ¡Ay los cuerpos!, los cuerpos cambian, el pelo se cae lo mismo que los abdominales, o el abdominal como tenemos algunos que otros; se engorda, el pelo se vuelve níveo, y la nariz y las orejas no paran de crecer, los pechos se caen, el culo se engrosa demasiado; y la piel, esa capa que nos cubre y nos arropa de por vida, se arruga y se arruga y se arruga; y ya se pueden operar, aunque algunos/as son para darles una verdadera "soba".
Y si eso le pasa a los cuerpos, a las almas le ocurre todo lo contrario; con el paso del tiempo las bellas serán cada vez más rutilantes, y las malas cada vez más malvadas; pero al final de todo el juego de la vida lo que restará será nuestro alma.
Hay una frase de Víctor Hugo (poeta, dramaturgo y novelista romántico francés 1802-1885) que resume ciertamente lo que acabo de relatar; y dice así...
"Desgraciado quien no haya amado más que a cuerpos, formas o apariencias. La muerte le arrebatará todo eso. Procurad amar a las almas y un día las volveréis a ver"
Seguramente que si.
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