Para toda persona habida y por haber de todo el mundo mundial, lo que le pase a uno o a una, es lo peor de lo peor.
A mi me duele mĂĄs que a nadie, a mi me maltratan mĂĄs que a nadie, mis hijos/as se portan mal de cojones, mis padres son demasiado duros, estoy "reventao" de trabajar de ocho a tres, o incluso menos; cobro poco dinero, tengo una pensiĂłn de mierda, me ha abandonado mi mujer, mi marido me ha pedido el divorcio, mi enfermedad es mĂĄs grave que la tuya, yo me he roto mĂĄs huesos que tĂș.
¡Joder, hasta en la desgracia queremos ser los ganadores!
Nos empeñamos en ser los måximos sufridores del desierto, pero lo cierto y verdad es que, con las desgracias y sufrimientos, pasa lo mismo que con ser el mås fuerte, la mås guapa, la mås inteligente, el mås atractivo...
Siempre habrĂĄ alguno o alguna mĂĄs fuerte, guapa, inteligente, atractivo que tĂș, eso es seguro.
Pues en la otra acera, la de la adversidad, seguro, seguro, seguro, que por muy mal que estĂ©s, siempre habrĂĄ alguien peor que tĂș.
Y en todos los aspectos de la vida, incluso en la muerte; el otro dĂa comentaba con un amigo una foto de nuestro grupo de comuniĂłn de 1966, donde ya faltaban mĂĄs de tres o cuatro compañeros, y mi compadre Juanjo; ¡Joder, tambiĂ©n se fue con cincuenta!
Aunque tengamos la creencia que morir es pasar a una vida mejor, creo que la mayorĂa preferimos estar vivos.
Celebremos la vida, procuremos mejorar, y enfrentĂ©monos a lo que nos toque con arrojo y gallardĂa; porque seguro que: "Siempre habrĂĄ alguien peor que tĂș"
Y aunque mal de muchos sea consuelo de tontos, esto que digo es una realidad tangible.
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