Desde que fui padre siempre me detuve a pensar qué dejaría para mi próxima generación, mis hijos, nuestros hijos, en este caso literalmente "hijos".
Cuando te planteas esta disyuntiva te afloran a la mente mil millones de cosas, a saber...
Voy a procurar educarlos lo mejor posible para que sean personas honradas, rectas, coherentes y formales; al final, mucho depende de tí mismo, pero también de la "juntiña", de las gentes con las que se unan, como amigos o como parejas.
Intentaré dejarles una casa, por lo menos para que tengan donde vivir si les van mal las cosas, pero a veces no sabes si será beneficioso para ellos.
Pretenderé inculcarles modos de conducta que yo creo que son los correctos, pero desde otros ojos, las vistas son diferentes.
Quiero conseguir que la siguiente generación sea más feliz, que la naturaleza se regenere, que obtengan un trabajo con el que tengan suficiente para subsistir sin necesidades.
Hay tantas cosas que me gustaría regalar a los que me sigan...
Pero analizando mi vida, una vida vulgar como la de otro cualquiera, una de las cosas que más daño me hizo cuando pequeño y también de mayor, fue las burlas de los crueles niños y mayores sobre mis "defectos", mis equivocaciones, mi forma de ser, mi inocencia en algunos casos y mis errores.
¿Acaso se creían o se creen, necios y necias, que no nos damos cuenta de nuestros defectos?
Incluso con la vista tan mermada que tengo, cuando me miro al espejo veo claramente que estoy gordo y que tengo poco pelo, por ejemplo, ¿y?
Pues eso, "si tuviera la oportunidad de ofrecer un regalo a la siguiente generación, sería la capacidad para que cada uno aprenda a reírse de sí mismo"
Ni más, ni menos.
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