Hoy quiero hacerme eco de una frase de mi queridísima amiga y compañera Pepi Acebedo.
Eso sí, como siempre pasa, no todo el monte es orégano, de todo hay en la viña del Señor, y hay, claro que los hay, señoras y señores que se comportan en casa todavía mejor que en la calle, además de que en la rúa lo hacen genial.
A la gente, a las personas, a las mujeres y a los hombres, los conocemos de la calle, quiero decir, que no sabemos, ni sabremos jamás cómo se comportan de puertas para adentro.
Siempre, quien convive con él, o con ella, contará al resto lo que le apetezca, o muchas veces, lo que le convenga para justificar sus acciones.
Él despotrica de ella, en todos los aspectos, para disculpar sus acciones y su forma de actuar.
Ella insulta continuamente a él, para justificar su actitud, la de ella; para recibir en la calle, el visto bueno de las decisiones tomadas.
Como decía anteriormente, en la plaza es una cosa, y otra en la casa; el dicharachero, simpático, risueño, alegre y pacífico de fuera, puede ser un animal incontrolable, un imbécil de tomo y lomo dentro. Ella, en la calle: encantadora, arreglada, perfumada, con miradas sensuales a diestro y siniestro, enamoradora de los enamoradizos, en casa: una bruja con escoba pero sin montarla, pendenciera, irrespetuosa, violenta, y muchas veces insoportable.
Por eso ese refrán tan verdadero que dice: "Las apariencias engañan".
Se me acerca a la memoria lo que vino contando mi padre la única vez que fue al fútbol:
-Vengo que me echo las manos a la cabeza, creo que la gente va al fútbol a decirle al árbitro y a los jugadores del equipo contrario lo que no son capaces de decir en casa.
Y ahora la frase de mi amiga Pepi, como homenaje a todas las mujeres maltratadas, y a lo hombres maltratados, también, por qué no.
"La alegría de la calle y el martirio en casa".
¡Por Dios, cuántas y cuantos hay así!
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Foto extraída de: semana.com. |
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