En mi infancia conocí a un hombre joven que en el pueblo le decían: "el mudito"; Antonio era y es una excelente persona y un magnífico profesional de la albañilería.
No solamente era mudo, también era sordo, pero eso no le impedía relacionarse con la gente, relacionarse con las personas que lo contrataban, tampoco tenía mala relación con Victoria, su esposa, y sus hijos.
Era un trabajador incansable, no hablaba, no paraba para el bocadillo (venía comido de casa), solo quería agua fresca; y daba gusto intentar entenderse con el.
Hoy en día, con el lenguaje de signos establecido es más fácil relacionarse con estas personas, pero para mí, cuando estuvo haciendo obras de reforma en mi casa, era un verdadero reto hacerme entender por signos. En los dos meses y pico que duró la reforma llegamos a entendernos perfectamente; era un hombre con una expresión en la cara que no hacía falta ni escucharlo, su cara lo decía todo.
Pronunciaba pocas palabras, y mal, pero supongo que para él sería un reto inconmensurable aprenderlas sin poderlas oír.
Cuando terminaba su jornada laboral, mientras se tomaba un refresco conmigo, y después de haberme dejado para el arrastre (yo era su peón en la obra), charlábamos un poco; de mis padres, de mi trabajo, de la vida, de la política, en fin de todo un poco; al principio estuve más torpe, después me fui entendiendo cada vez mejor con él.
Eso me demostró que toda persona con un defecto físico solo tiene que querer hacer las cosas que ese defecto le coarta, para salir adelante.
Otra situación es no querer escuchar al que te habla, y otra, todavía más difícil, es esperar a que la gente te conteste cuando les hablas.
Llegará el momento, dadas las circunstancias, que habrá que tomar alguna vez una decisión ¿No?
Porque...
"Me harté de hablarle a los sordos y de esperar que los mudos me contestaran".
Escuchar y hablar por interés no me vale, va a ser que no.
Todo tomada de: pinterest.com |
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