Me imagino a un chaval que entra en el colegio por primera vez, después de pasar por la guardería; u otro que pasa del colegio a la enseñanza superior; también cuanto estás en la puerta de la universidad para iniciar una carrera; será como si anduvieras descalzo por la arena de la playa camino de la orilla, y por un momento te quedaras mirando al horizonte...
¿Qué habrá detrás de esta espuma blanca que me roza los pies? Y tiras hacia adelante, y te mojas, y sigues como Dios bien disponga.
Aunque haya pasado un noviazgo, mucho o poco tiempo, cuando te acercas a la orilla del altar o a la de la mesa del juzgado o ayuntamiento, esas olas blancas del traje de novia te acercan a los pies la misma pregunta: ¿Qué habrá detrás?.
Continúas adelante y te metes hasta el cuello en el mar, no todos, eso es cierto.
Vas andando por la arena oscura de los pasillos del hospital, camino del paritorio; el canasto de mimbre navega por el ancho océano de la existencia abrazando a una vida nueva; vas a ser padre, pero cuesta trabajo adentrarse en el piélago y acariciar al bebé que acaba de nacer, porque sabes lo que trae consigo, a parte del pan de debajo el brazo.
Pero nadas hasta el chico o la chica a través del pasillo, lo abrazas, y ya será tuyo para siempre; si bien algunos no entendieron eso de meterse hasta la boca, o más adentro todavía, para ser padres o madres.
Sucede lo mismo en la orilla de la oficina, en la acera de los amigos y amigas, en el filo de las decisiones que conllevan sufrimiento, trabajo, pensión o necesidad.
Todo lo que signifique subirte a la goleta de una nueva aventura, conlleva adentrarte en el mar; ¡Ay, el mar, la mar (como diría Alberti), y el mar, ya lo sabemos todos, está lleno de peligros.
Pero hay que cruzarlo.
¿Cómo crees que vas a cruzar el mar si te quedas en la orilla mirando las olas?
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Foto extraída de la página: freepik.es |
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