¿Cuanta gente nos hace daño al cabo de nuestra vida?, incluso entre miembros de la misma familia; padres con los hijos, hijos con los padres, parejas entre sí; entre compañeros, entre amigos...
¡Joder, parece, no, no parece, estoy convencido de que muchos y muchas disfrutan haciendo daño!
Hay muchas formas:
Daño físico, (todos sabemos del que estoy hablando)
Daño psíquico, quizás más doloroso que el anterior, porque el anterior se resana, éste es mucho más difícil de superar y por lo tanto de sanar.
Daño moral, este daño te hace cambiar tu vida, tu forma de verla y muy a pesar tuyo tu forma de actuar hacia los demás, lo haces con recelo, temiendo que todo el mundo venga a hacerte daño, y por lo tanto, tratando a todos como posibles agresores.
Y para estos y estas que te hacen daño, llega un momento, por mucho que dijera Jesucristo de poner la otra mejilla, en el que atacan con saña donde saben, sobre todo donde más te duele, y entonces te quedas materialmente sin mejillas, no tienes mejillas para poner porque te las han destrozado las dos, literalmente.
¿Hemos pensado alguna vez después de causar dolor a alguien por qué lo hemos hecho?
¿Cada vez que hemos dañado nos hemos podido imaginar ni siquiera las horas, los días, los meses y años que habrán pasado los damnificados doliéndose por esas heridas?
Pero eso sí, hay una cosa peor que nos lastima a todas horas del día, de la noche, en sueños, antes de un evento importante para nosotros, ante una duda, ante un dilema, ante un descubrimiento no deseado, y es las laceraciones que nos infringe nuestra mente.
¡Hija de la gran puta!, siempre se mete donde no queremos que entre, y nos hace sufrir indefinidamente. ¿O no?
"Ni tus peores enemigos pueden hacerte tanto daño, como tus propios pensamientos". (Buda)
Foto extraída de la web: cincodias.elpais,com |
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