Por mi edad y mis, tan llevados ya, años, llegué a conocer las "perras chicas" (no chihuahuas ni mucho menos); las "perras gordas" (no grandes mastinas), y los dos reales, de cinco, diez y cincuenta céntimos de peseta respectivamente.
Eran monedas de curso legal y para los que trabajåbamos delante de un ordenador; yo desde 1976, era un verdadero suplicio poner la puñetera comita de los céntimos y los céntimos en si.
Cuando en 1983 desaparecieron los cĂ©ntimos debido a la devaluaciĂłn de la peseta por las incontroladas subidas de la inflaciĂłn, nos dio una gran alegrĂa a los que podrĂamos suprimir las comitas y los centimitos.
Era una gozada pasar los apuntes sin céntimos.
¡Pero cojones, llegĂł el maldito euro y regresaron!
Cuando ya no habĂa que poner la coma, cuando en las tiendas y grandes almacenes se habĂa olvidado el timo del ,99 para que creyeras que la cosa en sĂ valĂa un euro menos, volvimos a lo mismo.
Ahora mismo no hay un precio que no se precie que no termine en ,99, y me diréis que es mås atractivo, que no te echa para atrås, pues a mi me da hasta nåuseas.
Y lo peor de todo es que el jodido euro se instauró para que no se pudiera devaluar por lo que me parece que vamos a tener céntimos hasta en la sopa.
¡Sopa gallina blanca de avecrem baja en sal: 2,99€!
Aunque la inflación esté por las nubes, aunque los precios vayan ya por la estratosfera, y aunque la cara dura de subir los precios hasta porque los perros defequen en la calle no tenga cura, no se podrå devaluar el maldito euro.
Cualquier dĂa, estornudarĂĄ una cucaracha y subirĂĄ el precio del espray que las mata.
¡TomĂ©monos mucho por culo porque es lo que hay!
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