Hay gentes que no conciben que haya personas mĂĄs dotadas para ciertas cosas; hay gentes que no se tragan que haya otras, que trabajen mĂĄs que ellos mismos, para tener mĂĄs Ă©xito o mejores resultados en sus quehaceres; hay gentes que no admiten que haya otros mĂĄs listos, mĂĄs guapos, mĂĄs inteligentes, mĂĄs poderosos, mĂĄs altos, mejores futbolistas, mejores mĂșsicos; por una cosa o por otra es por la que se destaca; de nacimiento o con mucho trabajo.
¡QuĂ© facil resulta opinar despectivamente sobre algo de lo que no conoces el trasfondo, el trabajo, y la dedicaciĂłn que ha llevado a ello!
Hay gentes que son tan pobres que envidian a todo y a todos; envidian en silencio y se corroen por dentro a cada minuto, a cada hora; anhelan para ellos o ellas cosas que no podrĂĄn tener nunca; porque no lo llevan en la sangre o bien porque no trabajan lo suficiente para conseguirlo.
Envidian en pĂșblico con crĂticas despectivas, muchas de las veces faltando a la verdad, e intentando minar con esas opiniones la supremacia del envidiado. Envidian hasta su espejo, porque este, es el Ășnico que le presenta cara a cara sus carencias; envidian hasta el extremo, de intentar (y muchas veces conseguir) destruir la autoestima del envidiado o envidiada.
No se debe envidiar un don, asĂ como no se puede envidiar al que trabaja para conseguir sus objetivos, porque al fin de todo, la envidia se convierte en el mĂĄximo homenaje que los mediocres le rinden al talento.
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