La palabra impudicia llega por la simplificación
silábica del latín “impudicitia” lo contrario de “pudicitia” (honra,
vergüenza, honor, decencia). Es un derivado con sufijo de cualidad “-itias”
a partir del adjetivo “impudicus” (desvergonzado, sin
pudor, indecente) creado con el prefijo negativo “in” sobre el adjetivo “pudicus”
(casto, tímido, virtuoso y decente.
Recordando la película “La
invasión de los ladrones de cuerpos” dirigida por Don Siegel en 1956,
en la que por una invasión extraterrestre unas esporas provenientes del espacio
exterior dan origen a “vainas”, de las que surgen copias
idénticas de seres humanos.
Pues bien, la invasión de la impudicia
en nuestra sociedad, proveniente del mismísimo corazón de la humanidad, está
dando origen a una cantidad ingente de “vainas” impregnados de esa impudicia
que proliferan en todos los estratos de nuestra sociedad.
Si los que debieran ser los ídolos de
los niños y niñas de hoy en día (padres, madres, maestros, maestras,
educadores, educadoras, hombres y mujeres públicas, políticos, músicos,
escritores, deportistas de élite) lucharan encarecidamente contra la impudicia,
los niños y niñas tendrían alguna posibilidad de derrotar esta invasión que ya
casi nos ahoga.
Esos y esas vainas pintados y pintadas de impudicia cada vez proliferan
más alrededor de las casas, en los barrios, en los colegios, en reuniones, y en
los lugares de trabajo; hasta el punto en el que los hijos e hijas de padres y
madres que ha inculcado a sus vástagos la repulsa a esas vainas, posiblemente no
tendrán más remedio que afirmar en algún momento:
- ¡Vaya vainas
que son mis padres!
Y entonces, estará todo perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario