Esta palabra, hoy en día tan traída y tan llevada, está bastante más adentrada en la cabeza de las personas, de lo que tenemos a diario en el plato del almuerzo y en la cena; o sea, la independencia de Cataluña.
Pero no voy por ahí, eso es una cosa que tendrán que arreglar los dirigentes a los que hemos votado precisamente para ello, además de otras miles de cosas.
Voy por otras independencias, por las que se generan en los círculos más íntimos, por esas independencias que nos atañen directamente a todos nosotros y me explico...
Hace muchos años, cuando yo era pequeño, en casa de unos amigos con siete hermanos, cinco varones y dos hembras, había tres habitaciones, a saber: La del matrimonio, la de las chicas y las de los cinco chicos; dos literas para cuatro, y un colchón en el suelo para el quinto varón.
Seguramente, los cinco hermanos hubieran querido tener cada uno su propia habitación, cosa que como es obvio era imposible; pero hoy en día es diferente.
Con el descenso de la natalidad y la posibilidad que tuvieron muchos de trabajar ambos cónyuges, los matrimonios cada vez han tenido menos hijos y las casas compradas cada vez han sido más grandes; así, esos padres, intentaron darle a sus hijos, lo que ellos dejaron de disfrutar.
Eso, unido a las ventajas de los móviles/tablets/ordenador/con wifi directo a la fibra telefónica de la casa; hoy en día se pueden hacer miles de cosas desde la propia habitación de cada uno sin tener que salir para nada de ella.
No es bueno entrar en tu autonomía, cerrar la puerta de tu comunidad, y tener muy poca relación con el resto de las comunidades autónomas, el resto de la ciudades y el resto de ayuntamientos; eso, al final te lleva a la deseada independencia, porque no dejas que salga nada de tu comunidad; pero también, y más lamentable, impides que entre nada en ella, imposibilitas la comunicación entre comunidades y de ella con el estado, y todo ello, al final llega a la fractura de la unión que debe de haber entre personas que conviven en un mismo país.
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