DespuĂ©s de trabajar casi cuarenta años en la banca, la palabra aval es muy comĂșn en mi vocabulario.
Se avalaban las letras, se avalaban los prĂ©stamos, se avalaban los crĂ©ditos, y ello conllevaba al que avalaba, que si el deudor no afrontaba al pago de lo pedido, el avalista tenĂa que hacer frente en efectivo o con sus bienes al pago reclamado.
Una tarde en unas noticias de mediodĂa una señora mayor lloraba amargamente porque la echaban de casa, decĂa que habĂa avalado a su nieto en la compra de una furgoneta, y que el banco, ese maldito e inhumano banco, le habĂa quitado la casa y la echaban a la calle.
Los jugadores del Rayo Vallecano aportaron dinero para que la señora no fuera ni expropiada, ni mucho menos desahuciada.
Pero despuĂ©s me vine a enterar que: primero, no era un banco quien ejecutaba, era un prestamista, supongo que al nieto no le concedĂan el prĂ©stamo en el banco por falta de capacidad de reembolso (pocos ingresos) y tuvo que derivar la peticiĂłn al usurero de turno; segundo, no era un prĂ©stamo en sĂ en el que la anciana hubiera puesto su aval, era una escritura de compraventa en toda regla, no pasada por el registro, y que cuando resultĂł impagado el prĂ©stamo se hizo efectiva, aquĂ tambiĂ©n hubo la connivencia de una notarĂa.
Esto es un ejemplo de que los avales no son solo econĂłmicos, el aval de confianza y amor de la abuela sobre su nieto, estuvo a punto de costarle su casa y un sitio donde vivir; los avales sentimentales, a veces, pueden ser bastantes mĂĄs peligrosos que los econĂłmicos.
Y podéis hacer memoria de las veces que habéis dado esos avales a la familia o a los amigos y veréis cómo son mucho mås peligrosos.
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