Cuando la luna asoma su blanca
cara y el sol esconde la suya, rojo de vergüenza; cuando decides, arroparte con
tus sábanas blancas para intentar soñar historias de amor; él, se manifiesta entre
el silencio de tu alcoba, como un monstruo que se acerca, como una máquina
infernal, como un alien, que poco a poco se mete en tu cerebro, y se hace cada
vez más grande.
Arremetes contra la almohada,
cubres con ella tu cabeza, intentando apaciguar el tañido, seguido, acompasado,
rampante, que cada vez inunda más tu cabeza.
Da lo mismo, que el monstruo
salga de la pared, o de la mesa, o de encima del televisor, es imposible
conciliar el sueño con su melodía rítmica.
Da lo mismo que se alimente de
energía eléctrica, de generadores cilíndricos, o de fuerza manual; da lo mismo,
donde se ubique; da, incluso lo mismo, que cierres la puerta de la habitación,
pues, aún sin oírlo, lo escuchas en tu subconsciente.
Un latido metálico que marca el
ritmo acompasado del tiempo; cuartea las horas con repiqueteos y un péndulo que
se balancea inexorablemente hasta agotar el vigor de la cuerda.
El final siempre es el mismo;
parar el tiempo. Más bien, parar el contador del tiempo. Echas pie al suelo, te
diriges hacia la fuente del marca pasos de la vida, y literalmente lo extingues.
Si serán provocadores, que
incluso, una vez dormidos, sus latidos te siguen machacando las sienes, durante
un largo rato.
¿Quién no sufrió alguna vez, un
tic-tac en casa?.........
Al final, todos quedaron sumidos
en el silencio, y yo me hice fan incondicional del radio reloj, ya que te puede
acurrucar por las noches con una linda melodía, y no con un martilleo malévolo.
Soñad siempre acompasadamente.
Pero a vuestro ritmo, sin dejar que nadie os lo marque.
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