Subía cuesta arriba, hasta la Huerta Barrera (hoy barriada Cuerno de Oro), olía profundamente a uva pisada, perfume que se evaporaba por la ventana de la taberna del Kiko, por donde se descargaba la uva en período de vendimia. Moscas, ni te cuento; atraídas por el dulzor de la uva blanca, madre de exquisito mosto que se destilaba en esa bodega.En las noches de estío, mientras en el patio de la taberna, se degustaban cuartillos de vino, yo hacía cada verano de mi adolescencia y juventud, mi particular master en licenciado en la vida.
Tiene nombre de batalla naval muy famosa; Lepanto, y como buen mar de asfalto, las barcas de los vecinos de la calle, se desplegaban a lo largo del canal, cuando la luna empezaba a acurrucar al sol para que se durmiera y el frescor nocturno despejaba el bochorno del medio día y de la media tarde.
La calle, se llenaba de sillas, butacas de playa, butacones, y poyetes de casa y bordillos de acerado, para acoger a la larga familia que se citaba cada noche, y volaban palabras al viento. Palabras importantes, tan esclarecedoras de la vida, que yo, que no paro de hablar, no hacía otra cosa que escuchar.
Personas mayores, que dejaban en el aire, su impronta de sabiduría, su sapiencia del tiempo, su sabor añejo de la vida vivida a sorbos (no como ahora que la vivimos a buches). Cuánto escuché en esos años, y cuánto aprendí; no podía ser menos con: Doña Luisa, Niño Roca, Pepe López, Francisco, Bejarano, mi recuerdo a todos ellos, y gracias por haber compartido un trozo de vuestra vida con los demás.
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Casa donde se crió mi amigo Bejarano en la calle Lepanto. |
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