Hace unos años, paseaba tranquilamente por el mercadillo de la playa de la Antilla, por los puestos de los libros, que todos los veranos adornan ,el final de la calle Castilla.
Estaba buscando algo para leer en las vacaciones, porque como me pasaba casi siempre, los libros que compraba para ello, me los leĂa antes de salir.
EncontrĂ© en un expositor un libro pequeñito poco atractivo y con un tĂtulo difĂcil de entender; no lo conocĂa, nadie me habĂa hablado de Ă©l, en principio me resultĂł pedante, y poca cosa; pero decidĂ adquirirlo. Me impresionĂł mucho el libro.
Compré otro, mås grande y con la pasta mås colorista; sólo he sido capaz de leer dos påginas.
Pastas coloristas, incluso maquilladas con salva pastas mĂĄs llamativas aĂșn. PĂĄginas vacĂas de contenido, y algunas incluso de insoportable lectura.
Lo cierto y verdad, es que es imposible valorar un libro, por muy bonita que sean las pastas, por muy bien presentado que estĂ©, por muy bueno que sea el autor, por muy atractivo que te pueda parecer, por mucha publicidad que se le haga; hasta que no lo abres, y empiezas a leer, no llegas a tener conciencia del valor de lo que tienes entre manos. Es asĂ, y algunos finales, tambiĂ©n te pueden defraudar; o decepcionarte incluso, a la mitad del libro.
Me recuerda esto a …...¡ah, perdĂłn!, que estaba hablando de libros.
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