¡QuĂ© pena por Dios!
Que dolor que te acerques a preguntarle a una mujer mayor que estå delante en el cajero que qué le pasa; que, si la puedes ayudar... y se acojone, empiece a mirar a un lado y a otro, retire la cartilla y salga corriendo.
Que tristeza al contemplar a una persona que intermedia en una pelea en la calle y nadie, digo bien, nadie apoya a esa persona, que al final es a quien mĂĄs zurran.
Que congoja cuando ya ni la anciana acepta tu brazo para cruzar la calle.
Que pesadumbre cuando te brindas para intentar hacer el bien y nadie te cree.
Que sinsabor cuando le dices al camarero que no te ha cobrado dos cervezas y te mira con cara de incredulidad.
Que sufrimiento que no entiendan cuando cedes el sitio a una persona que estĂĄ mal, dejas pasar a alguien con dos cositas en la cola para pagar en el sĂșper, o te preocupas por alguien.
Eso me lleva a pensar que la gente, normalmente por miedo, se estĂĄ desacostumbrando a que los demĂĄs hagan algo por ella, porque no confĂan en nadie, desconfĂan de todos y de todo.
Y casi lo veo normal, si ves en la televisión cómo han detenido a falsos mendigos que se dedicaban a drogar y maltratar a animales para que los acompañaran a pedir. Si ves a los que piden en los bares, a los que compras un bocadillo, y cuando llegan a la esquina lo tiran a la papelera; casi lo veo normal si todos tenemos ese maldito ego tan subido que creemos que no necesitamos de nada ni de nadie.
Lo que realmente me da pena es que paguen justos por pecadores; y ojo, que, de las ONGs, acciones sociales, y empresas (sĂ empresas) que se dedican a "ayudar a los demĂĄs" hablaremos otro dĂa.
La gente no estĂĄ acostumbrada a que hagan ya nada por ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario