Juan Díaz de Garayo era famoso, una leyenda urbana
diríamos ahora, y, además, el terror de los niños. Nació el 16 de octubre de
1821 en Eguilaz, pedanía del municipio de San Millán, en el nordeste de la
provincia de Álava, y detenido en 1880 y condenado a muerte, fue ejecutado con
garrote vil en 1881 en la prisión del Polvorín Viejo de Vitoria. El verdugo,
Gregorio Mayoral, de Burgos, era famoso en aquellos tiempos, aunque hay quien
asegura que fue Lorenzo Huertas, también muy estimado en su oficio, quien lo
ejecutó. Entre 1870 y 1879, mató y violó a seis mujeres que se sepa, cuatro de
ellas prostitutas, con edades que iban de los 11 a los 55 años. Casado cuatro
veces, enviudó de tres mujeres, aunque parece que no intervino en la muerte de
ninguna de ellas. A varias de sus víctimas les infringió crueles mutilaciones,
al estilo de Jack El Destripador, y de ahí le viene el apodo de El
Sacamantecas, con el que ha pasado a las leyendas y cuentos populares que se
utilizaban, sobre todo, para asustar a los niños, como decía antes.
Podríamos decir que un sacamantecas es un criminal que abre el cuerpo de sus víctimas para sacarles las vísceras; a parte de ser un ser imaginario que asusta a los niños.
Pero hay por ahí otros tipos de sacamantecas, que te sacan la manteca vamos; aquellos que te sacan el dinero a chorros para repartirlo entre sus amiguetes y adláteres.
Y mucho más peligrosos, esos que se creen los dueños del mundo y entran en la escena bélica como un elefante en una cacharrería, rompiendo con todas las normas, todos los pactos y destrozando sin miramiento: edificios, iglesias, casas, familias, vidas; dejando a su paso solo destrucción; esos sí son unos verdaderos sacamantecas, y no me refiero solamente al que nos ocupa en estos días, hay más.
Nubes negras nos acechan.
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