En poco tiempo he tenido que pasar por el tanatorio varias veces, teniendo una sensaciĂłn muy extraña, quizĂĄs ahora sea asĂ, porque veo las cosas de muy diferente forma a como las veĂa antes, literal y simbĂłlicamente.
Una habitaciĂłn abierta al pĂșblico con un cristal que amuralla(como dirĂa mi amigo Rafael Espina) a la vida de la muerte; detrĂĄs del cristal no hay nada, aunque un colorido extremo te deslumbre los ojos, todo es efĂmero, tan efĂmero como pueda ser una vida.
Flores y verde con lazos y letras doradas, con frases de olvidos y recuerdos que al final desaparecen, vela simulada con luz elĂ©ctrica haciendo de Luz de Dios, que cuando todo termine se apaga; crucifijo de plĂĄstico y caja de madera que mĂĄs tarde (cementerio) o mĂĄs temprano (crematorio) se esfumarĂĄn tambiĂ©n; y por Ășltimo una figura de barro (por lo de polvo eres...) con los ojos cerrados, durmiendo ya en eternidad, que por supuesto, tambiĂ©n desaparecerĂĄ.
En la otra parte del cristal, es donde estĂĄ la vida, delante del cristal es donde vive de verdad Ă©l, o la que duerme tras la luna.
En el amor de la familia, en el cariñoso recuerdo de sus amigos, en el respeto de los que la, o lo apreciaban.
AhĂ es donde realmente reside la vida eterna, detrĂĄs del cristal, y mirando con los ojos de la realidad, todo lo que hay desaparecerĂĄ.
Todos somos ciudadanos censados en un mismo universo, (lo decĂa el otro dĂa Juan Jimena) aquĂ solo estamos con un permiso de residencia, con un permiso de trabajo, todos somos inmigrantes en este mundo, y cuando este permiso caduque, mĂĄs pronto o mĂĄs tarde, no tendremos mĂĄs remedio que volver al paĂs donde estamos censados, de donde vinimos. Todos somos ciudadanos celestes.
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