A la mayorĂa nos gusta lo dulce, no a todas las personas, pero sĂ a muchas; sin embargo pocas son a las que les agrade lo amargo, pero tambiĂ©n las hay.
Por tanto, nos podrĂamos imaginar lo que serĂa un dulce, por ejemplo una cuña, de esas que vendĂa en su casa/kiosko Anita Felix (Ana Torres la de Felix), rellena de brĂłcoli crudo, o una "endivia-cao", endivia cubierta de chocolate.
Se podrĂan buscar bastantes ejemplos como estos, pero lo cierto y verdad, es que en esta nuestra existencia, para un bocado que nos llevamos a la boca de algo dulce, nos saciamos muchas veces de mordiscos amargos.
Sin bien el regusto que el bocado dulce produce en el paladar puede aplacar el amargor de muchas dentelladas amargas consecutivas.
El otro dĂa, una señora con la que charlaba un rato, me dio la clave, me dio el ejemplo mĂĄs realista de un pastel que a veces nos puede saber amargo.
Nuestros hijos e hijas (y tambiĂ©n me incluyo yo como hijo) somos los dulces mĂĄs amargos que podamos encontrar, unos mĂĄs y otros menos; para una alegrĂa, varias penas; para una carcajada, bastantes lĂĄgrimas; para una tranquilidad, miles de inquietudes; para un triunfo, cientos de preocupaciones.
DeberĂamos ser mĂĄs dulces que amargos con nuestros progenitores, en general se lo merecen, y ademĂĄs es lo Ășnico que se van a llevar; y si nos cuesta, pues nos comemos una onza, o dos, de chocolate por la mañana al levantarnos, o un" caramelito" de menta, a ver si asĂ nos dulcificamos un "poquitĂn" mĂĄs por lo menos.
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