Circula por las redes sociales hace mucho tiempo, yo lo leí la primera vez hace años, una narración sobre cómo le afecta a nuestra persona el daño que nos hacen.
El dicho, dice:
Un maestro le decía a un niño que le hizo daño a otro:
- Coge un papel; arrúgalo fuertemente, y ahora déjalo como estaba antes.
Por más que lo intentó el chico no consiguió dejarlo como estaba, las señales y las arrugas persistían en el papel; entonces el maestro le dijo:
- El corazón de las personas es como ese papel, la huella que dejas por tus ofensas, serán tan difíciles de borrar como estas arrugas y estos pliegues. Lo mismo pasaría si partieras una taza y luego la volvieras a pegar, nunca quedaría igual.
Pero para las roturas, los japoneses utilizan la técnica "kintsugi" que consiste en reparar las heridas de platos, vasos y tazas que se parten, pegándolas cuidadosamente y pintando de dorado las cicatrices para resaltarlas, en vez de tirar las piezas rotas.
Por tanto, los afectados por roturas dolorosas, deberían, o deberíamos, soldarlas con metal dorado para que resaltasen bien, para que siempre las tengamos presentes y estemos orgullos, cuando las veamos, de haber sido capaces de sobreponernos a ellas.
Con los libros de las vidas pasadas no es conveniente ir cargados a diario, sobre todo si tu camino se dirige por otros derroteros; eso sí, los libros anteriores hay que guardarlos en el archivo de la librería, por si en algún momento es necesario consultar algo; así como los álbumes de fotos, pero no más lejos de ahí; la mochila (parafraseando a mi amiga Elo Cantos) siempre hay que llenarla de nuevas cosas, sobre todo si esas te hacen sentir bien, y mantener sólo las que nos hayan hecho felices; el resto de la historia, sobre todo la dolorosa, al archivo de la librería.
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