El
otro día, leyendo un comentario de mi amiga Rocío Vicente en Facebook, me invadió el
recuerdo de un famoso rey.
Reinó
en Frigia durante cuarenta y cuatro años, unos setecientos años antes de Cristo; se casó
con una helena, siendo el primer rey extranjero que adoptó el alfabeto griego
para su reino.
En
la mitología helénica, nuestro rey, era
hijo de Gordías y tuvo una hija nombrada como: Zoe.
Por
su hospitalidad con Sileno, “gordete” sátiro padre y preceptor de Dionisio (el
Baco griego), este le concedió el poder de convertir en oro todo lo que tocara;
y Midas, viendo que no podía ni comer, pidió a Dionisio que lo liberara de su
don, para lo que tuvo que bañarse en el río Pactolo, cercano a la costa del mar
Egeo, que desde entonces contiene arenas auríferas.
En
los últimos años están proliferando no uno, decenas que fueron reyes Midas en
su buena época de poder y a los que la justicia les está haciendo, más tarde o
más temprano bañarse obligatoriamente en la ducha de la prision.
Hay miles de ríos, afluentes, riachuelos, riberas, arroyos y canales de agua en
este país, en los que todos los reyezuelos Midas, que cada vez proliferan más en
nuestros territorios, deberían darse un "bañito".
Con
este solo "refrescón” antes de entrar en la prisión, dejarían su poder en el
agua e impregnarían las piedrecillas del fondo del cauce de oro, para que los
ciudadanos, en alguna que otra tarde de picnic, pudieran recuperar lo que les
fue arrebatado, cerniendo un poco de esa arena, como en el antiguo Oeste; habría
para tantas cosas en las que utilizar el dorado metal: pensiones, educación,
sanidad, investigación…
Pero
seguramente, al final, como siempre, tendría que hacerse cargo de la situación “El jinete pálido”, porque también se nos iría de las manos.
Todo esto, al igual que la leyenda del Rey Midas, es mitología; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Todo esto, al igual que la leyenda del Rey Midas, es mitología; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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