El egoĂsmo, esa enfermedad congĂ©nita que va de padres a hijos en el ser humano y que se nos revela desde muy pequeños, cada vez invade mĂĄs nuestra existencia, cada vez las personas somos menos altruistas, menos misericordiosas; cada vez necesitamos mĂĄs para tener mĂĄs, cada vez menos generosos; y Ă©l o la que es generosa se estĂĄ convirtiendo lamentablemente en un bicho raro.
Eso se ve por doquier, en cualquier sitio donde entres, a cualquier lado donde te acerques, en donde quiera que estĂ©s; desde el niño que le quita el dulce al compañero o compañera en la guarderĂa, al que se queda con todo, hasta con lo que no es suyo.
Hay una cosa mĂĄs indecorosa que el egoĂsmo; es el egoĂsmo que te coge de la mano.
Siempre se ha dicho que no se puede dar tanto, porque hay muchos o muchas que les das la mano y te cogen el codo o incluso hasta el mismo brazo.
Lo mismo pasa con los o las que emulan al sastre de Campillo, ilustre costurero del refranero español, sastre que era tan generoso que te cosĂa el traje e incluso ponĂa el hilo y nunca estuvo agradecido.
Pues la mayorĂa que son como el susodicho sastre, al final se quedarĂĄn mancos, porque el que nace de una forma es difĂcil que cambie, tanto para el que da, como para el que trinca.
AlgĂșn dĂa, cuando el saco de los egoĂstas estĂ© tan lleno que no se pueda ya ni trasportar de un lado a otro, y los otros y las otras estĂ©n mancos de ambos brazos, estallarĂĄ una revoluciĂłn en la que a patadas (obvio al no tener brazos) serĂĄn expulsados de la sociedad.
Y una reflexiĂłn mĂĄs, si son egoĂstas para lo bueno, ¿por quĂ© no son egoĂstas tambiĂ©n para lo malo y se comen todos los marrones?...
Como dirĂa mi admirado Chiquito de la Calzada: ¡Nooorrrr!
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