Los sábados de amanecida, normalmente, tengo la costumbre de coger el tren para acercarme a ver a mi familia, que durante la semana tengo un poco distante.
Temprano, paseo por Sevilla camino de la estación y me sorprende muy mucho la amalgama de gentes que proliferan por las calles a primeras horas de la mañana de un sábado.
Al pasar por la puerta de una oficina de CaixaBank, a través del cristal ,se despereza una "litrona" que ha alimentado al que se enreda entre unas mantas dentro del recinto, para resguardarse del relente nocturno; y continúo mi camino, un chico en moto (supongo) ataviado con corbata y casco se pasea entre los coches para acercarse lo más rápido que pueda al semáforo, que continúa rojo, entre sus piernas lleva un maletín en el cual supongo que viaja su portátil de trabajo.
Al cruzar el paso de peatones del semáforo me cruzo con una chica morena, joven, con ojos soñolientos, altos tacones, y de negro, con una falda de flecos, como si tuviera un mantón de Manila abrazando su cintura.
Hay otro que atisbo al final de la acera, que no sabe ni él, si va o si viene, está tan a lo lejos que no lo distingo bien, y en el recodo, con camiseta, calzonas, botines y cinta del pelo aparece un hombre ya maduro haciendo running (¿así se escribe?).
Bajo las escaleras mecánicas hacia las vías, y como todos los sábados saludo a Juan, que regresa a casa de su trabajo nocturno, está conversando, de cosas de seguridad, con el guarda jurado de la estación.
En fin, una mañana de sábado en las calles de Sevilla, que cada uno la ve, dependiendo del cristal con el que la mire.
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