En mi pueblo, bajando la cuesta de las Doblas, accedes al puente sobre el rĂo Guadiamar, ese rĂo que engullĂł la mayorĂa del vertido tĂłxico de Boliden Apirsa; tambiĂ©n puedes llegar por el camino real viejo que pasa cerquita de mi casa; recuerdo el rĂo de antaño, con el sombrajo del “Sopita” (mosquitos mil) y un buen puñado de eucaliptos grandes que hacĂan de ribera de ese Guadiamar, que cruzan muchos romeros por el vado del Quema.
Esos eucaliptos con grandes raĂces, junto a las cañas, hacĂan de muro para que la tierra no entrara en el rĂo y de dique para que el agua no subiera demasiado su nivel.
Perfumaban los alrededores del puente de la carretera general antigua de Sevilla-Huelva, en ambas vertientes; todo ahora se bautizĂł en su tiempo como el corredor verde.
No me extraña, que las aceras de alguna avenida de Sevilla, en las que estån asentados grandes eucaliptos, se asemejen a grandes montañas rusas aromatizadas por ese olor tan especial que me traslada a la infancia.
Las grandes raĂces de los eucaliptos estĂĄn hechas para lo que estĂĄn, la naturaleza no es boba, y no se crearon para hacer de una acera un lugar intransitable, y mucho peor para los cortos de vista como el que os suscribe.
SĂ© que no va a ser posible que el Ayuntamiento los cambie y se arreglen las aceras, por lo que harĂ© lo que siempre hago ante las adversidades: seguir adelante, con paciencia, despacio, mirando bien donde piso y valorando las cosas buenas; caminarĂ© por medio de la vĂa mientras no vengan coches, y me seguirĂ© deleitando con el maravilloso perfume que destilan esos gigantescos eucaliptos.
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