En las parábolas del nuevo testamento,
evangelio de Marcos, se habla de lo sembrado y de lo recogido, de la buena
semilla esparcida y la proliferación de las malas hierbas que apagan, ensucian
o esconden lo bueno.
La vida en general parece estar confabulada con el maligno, del cien por cien de las cosas que se
propagan a diario por las redes sociales, un ochenta por
ciento hablan de la cizaña.
Según la parábola, entre las semillas
que caen en el camino y se comen las aves (los que trabajan poco y pían mucho),
entre las que se esparcen en los pedregales (cabezas duras y mentes cerradas que no
son capaces de tener ni una pizca de empatía con los demás), entre las que brotan pronto porque no
profundizan, pero que se secan rápido por falta de buenas raíces (pocos
valores, poca educación, poca capacidad de sacrificio); entre las que se derraman entre
los espinos (malas compañías, malos modos, malos ejemplos) que ahogan a las
buenas semillas; entre las que se depositan en buena tierra y se las lleva el viento, devolviéndolas a la calzada (malos caminos, coger una ruta de vida equivocada); y un
veinte, o treinta por ciento, que cae en buena tierra y da su fruto; fruto, que al
final de su existencia, suele ser de sabor variable.
Al final, como digo muchas veces , de
lo que estoy convencido, es que todo es tan efímero que en ocasiones no hay tiempo ni
de sembrar ni de recoger; y eso deja un reguero de desilusiones cuando el
fruto que ha nacido de esa semilla desaparece con el paso de los años.
Tu vida se detalla en la semilla de
tus progenitores, rodeada de gente que quiere llegar arriba trepando, con poca
labor, y que no dudan en patear a un lado, o pisotear, a los que les molesten; acompañados de los que no tienen valores, con
malas compañías, evasiones dañinas, y soluciones fáciles; si aun así, eres un
buen fruto, entonces…
“Tanto descanso lleves, como tanta paz
dejes”.
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