El otro día estuvimos celebrando la onomástica de un amigo, y estuvieron sus nietos, el más pequeño se llama Lucas.
Hago mención al peque, porque nada más escuchar su nombre, se me vino a la mente el del evangelista, que hoy traigo a mi reflexión.
En el capítulo seis, versículos del 38 al 42 de su evangelio se puede leer lo siguiente...
- Dad, y os será dado; medida buena, apretada, remecida y rebosante, vaciarán en vuestro regazo. ¿Acaso un ciego puede guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?; un discípulo no está por encima de su maestro, mas todo discípulo, después de que se haya preparado bien, será como su maestro.
- ¿ Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: hermano, déjame sacarte la mota que está en tu ojo, cuando tú mismo no ves la viga que está en el tuyo?
¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad para quitar la mota que está en el ojo de tu hermano.
¡Más claro, agua de Lanjarón!
¿Por donde empezamos?
¿Por casa, en las discusiones entre parejas o entres hijos/as y sus padres?
¿En la calle buscando los defectos de los que llamamos o nos llaman amigos?
¿En el colegio?
¿En el trabajo con los compañeros y compañeras?
¿En algún debate sobre política, fútbol, o religión?
O si no os ha perecido poco para tener en cuenta esta parábola de Lucas...
¿Algún dirigente político creéis que se ve su viga en el ojo cuando se mira al espejo de mañana?
En la época de Lucas las vigas eran de madera como fueron hasta hace no mucho tiempo, pero ahora, son de cemento y en algunos ojos de hormigón armado.
Por cierto, Lucas "pa" comérselo, pero no al evangelista por Dios.
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