¿HabĂ©is visto en algĂșn momento de la democracia a algĂșn polĂtico que pida perdĂłn por errores, por dejadeces, por omisiones, por corrupciĂłn, por falseo de tĂtulos, por ineptitud, por no hacer lo mejor en beneficio de los ciudadanos que lo votan?
Pocas veces, los acusados de delitos, muchos de ellos gordĂsimos, reconocen su culpabilidad y piden un sincero perdĂłn a los damnificados por su conducta.
Ninguno de esos padres que Ășltimamente estĂĄn dejando a tantos niños y niñas huĂ©rfanos les piden perdĂłn a sus hijos por haberlos dejado sin madre, y en algunos casos sin abuela o tĂa.
La mayorĂa de los hombres y mujeres que engañan a sus parejas tampoco tienen la dignidad de solicitar, por lo menos el perdĂłn, de la persona defraudada.
¿Por quĂ© nos resulta tan difĂcil pedir perdĂłn?
¿Es acaso una forma de rebajarse a la persona o personas a las que hemos hecho daño, o molestado, o robado, o simplemente decepcionado?
Incluso serĂa conveniente pedir perdĂłn por no cubrir las expectativas creadas en cualquier momento de nuestra vida con otras personas.
Pero, la mayorĂa de las veces, en vez de pedir perdĂłn, levantamos la voz riñendo o desprestigiando al dañado para convencer a la gente, al vulgo, de que el damnificado no era buen dirigente, no era buen jefe o empleado, no era buen marido o mujer; no era buen padre; incluso, un chico normal como ha pretendido ana julia quezada (y lo pongo deliberadamente en minĂșsculas y tachado) era un violento. Y que quede constancia que estar arrepentido no es pedir perdĂłn; te puedes arrepentir porque tu acto conlleva cĂĄrcel pero no pides perdĂłn.
Nunca es tarde para pedir perdĂłn. Nunca es tarde para comenzar otra vez. Nunca es tarde para decir: me equivoquĂ©. No saben lo increĂble que es y como puede cambiar tu vida cuando decides cambiar un pensamiento. IntentĂ©moslo.
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