Paseando por la orilla del mar sientes como tus pies se desequilibran con la resaca de las olas del océano, cuando das otro paso, tu huella, esa que has dejado y que deja tanta gente ha desaparecido abandonando detrás un albero marino liso y húmedo.
Si al contrario, estás de pie, quieto, mirando al horizonte mientras la espuma te besa las plantas, que poco a poco, con el vaivén de la resaca, se van hundiendo cada vez más en la playa mojada.
Esas olas, hacia arriba y hacia abajo, son tan profundamente erosivas que han convertido todas las rocas de la cala, todas las conchas deshijadas que quedan solas en la orilla, en una arena fina, que es la que nos acaricia los pies cuando bajamos por la tarde al mar, porque de mañana, seguramente nos quemaríamos por el efecto del cristalino que tiene esa arena y que hace que asimile mucho el calor del sol.
La fuerza del océano va manejando a su antojo todo lo que está en los fondos marinos, hasta ha tenido la capacidad de crear, una isla del tamaño de Francia,en el pacífico, con los residuos plásticos que hemos tirado, tiramos y tirarán con el paso del tiempo.
Y lo que más manipula es la arena, da vueltas y vueltas a su arena, como nosotros cuando hacemos un revuelto o un sofrito en una sartén, la deglute y la vuelve a vomitar un poco más fina que antes; en el mar todo se transforma pero nada se destruye.
El mar es la vida misma, la arena los seres humanos, la vida nos modifica a su antojo, si bien todos seguimos teniendo nuestro propio ADN.
Pero siempre debemos tener presente que:
"Todos los granos de la playa cuentan para crear la arena que pisan nuestros pies"
Pues eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario