Son tantas las personas que sufren en este mundo, que sufren y que sufrimos, unos porque la vida los ha tratado o trata mal, otras porque no saben aplicar correctamente su capacidad de sufrimiento.
Uno de los sufrimientos más ficticios que existen es el estrés, lo importante no es cuanto pesan tus preocupaciones, sino cuánto tiempo las mantienes.
Hay una fábula que ha rodado por las redes sociales y que habla de un vaso de agua y que habla de cómo manejar el estrés.
El profesor levantó un vaso de agua y pregunto:
-¿Cuánto pesa este vaso de agua?
Las respuestas variaron entre 100 y 500 gramos menos la de una chica...
- El peso en sí no tiene ninguna importancia, depende simplemente de cuánto tiempo sostengas el vaso.
Pero queda un tipo de sufrimiento que, para mí, es el más dañino de todos; el que más daña al que lo padece y así mismo al que lo "receta".
Es el sufrir, no por los padecimientos tuyos o de otros, sino sufrir por el bien ajeno.
Gentes que se revuelven en la cama cuando un amigo o conocido triunfa.
Personas que les entra hasta vómitos comprobando, que este u otra amiga te hace más caso a tí que a el o ella.
Seres que les duele la barriga si te oyen sonreír, que se le saltan los ojos de ver que te lo pasas bien, y ese sufrimiento por el bien ajeno, ese sí que no tiene cura.
Y por desgracia es el deporte nacional en este puñetero país, a cualquier rincón donde te asomes, a cualquier lado al que te acerques, donde mires, donde mores, donde pasees, donde te reúnas, aunque sea calladamente, siempre aparecerá por algún sitio la envidia. Sufrir por el bien ajeno es un simple eufemismo.
Y eso de envidia sana, ni de coña.
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