Me quiero referir hoy a Miguel, una persona gentil, amable y educada de la localidad de Lorca (Murcia) con el que hemos compartido algunos ratos, y que el otro día nos reunimos en uno bueno.
Y hubo una cosa que me llamó la atención...
Estábamos hablando de lo fácil que es dar un consejo.
Lo extremadamente sencillo que es decirle a la gente lo que tiene que hacer, o más bien, lo que tú crees que deben hacer.
Lo sumamente simple que consideramos indicar a las personas (sobre todo a amigos y familiares) lo que deben de sentir, o lo que deben de pensar, cómo actuar, o cómo comportarse con los demás.
Qué claro lo vemos cuando decimos al que tenemos enfrente:
-Lo que tienes que hacer es dejar de fumar.
Qué diáfano lo observamos cuando advertimos:
- Estas muy gordo, deberías ponerte a régimen.
Qué fácil cuando aconsejamos:
- A ese, o a esa, no lo vuelvas a ver; lo que te hace es daño, mejor te quedas solo o sola.
En fin, tantos dimes y diretes aconsejando, asesorando, incitando, o incluso, obligando a hacer algo a alguien.
Mi amigo Miguel Romera, de Lorca (Murcia) decía el otro día:
"No es lo mismo dar consejo que dar trigo"
Si tuviéramos que dar dinero al aconsejado en la misma cantidad que consejos, quizás no daríamos tantos.
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