Recuerdo que por mi pueblo pasaba un jardinero para hacer trabajos esporĂĄdicos en las parcelas, y que creo recordar que le apodaban "El carreta".
Este hombre tenĂa siempre, en sus conversaciones con otras personas, un libro en la boca, y me explico.
Si estaba contigo y por ejemplo aparecĂa un chico pelirrojo, tĂș le decĂas:
- Que raro, no se a quien sale este chico con el pelo asĂ.
- Coge el libro, (decĂa Ă©l)
Se referĂa al libro de la familia, en el que decĂa que todo lo que pudiera ser una persona estaba escrito en el libro de su familia (enfermedades, virtudes, vicios, fĂsico, etc.)
¿PodrĂamos catalogar a este señor de filĂłsofo?
Pues yo creo que sĂ, todos tenemos un corazĂłn de filĂłsofo, todos en algĂșn dĂa, o en muchos dĂas de nuestra vida nos hemos dedicado a pensar, a discurrir problemas, a buscar soluciones a los problemas que nos ocupan, o como tambiĂ©n hacen muchos, a divagar.
Me gusta respetar a todas las personas con las que me encuentro, me gusta charlar con ellas, escucharlas, y aprender; de todos y de todas se aprende, no solo en los libros.
Todos y todas tenemos en nuestra cabeza un pequeño espacio, algunas veces recĂłndito en el que florece la filosofĂa.
Eso sĂ, algunos que se autoproclaman filĂłsofos, tienen muy poca filosofĂa (Philia=Amor; Sophia=SabidurĂa), mĂĄs bien como otros, tienen amor a lo material; os aseguro que hay grandes filĂłsofos ocultos entre nosotros que no cobran por ello, deberĂamos aprender a descubrirlos.
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